007: Una fábula de Ciencia y Política
En la época del Imperio Romano, la vida cívica estaba dividida entre las facciones Azul y Verde. Los Azules y los Verdes se mataban entre si en duelos, en emboscadas, en batallas entre grupos, y en disturbios. Procopio dijo lo siguiente acerca de las facciones que estaban en guerra: “Y así crece entre ellos una hostilidad contra sus semejantes que no tiene causa, y en ningún instante se interrumpe o desaparece, ya que no respeta ni a los lazos matrimoniales ni a las relaciones ni a las amistades, y se da el mismo caso incluso aunque aquellos que difieren respecto a los colores sean hermanos o cualquier otra parte de la familia.” Edward Gibbon escribió: “El apoyo de una facción se convirtió en algo necesario para todo candidato a tener un honor civil o eclesiástico.”
¿Quiénes eran los Azules y los Verdes? Eran hinchas deportivos – los partisanos de los equipos azul y verde de carreras de carros.
Imagínense una sociedad del futuro que escapa a una vasta red subterránea de cavernas, y que sella las entradas. No especificaremos si huyeron de una enfermedad, una guerra o la radiación; supondremos que los primeros Subterranenses lograron hacer crecer comida, encontrar agua, reciclar el aire, hacer luz, y sobrevivir, y que sus descendientes eventualmente crearon ciudades. Respecto al mundo exterior, solo quedan leyendas escritas en retazos de papel; y uno de esos retazos de papel describe el cielo, un vasto espacio abierto lleno de aire sobre un gran suelo sin límites. El cielo es de color cerúleo, y contiene extraños objetos flotantes como enormes mechones de blanco algodón. Pero el significado de la palabra “cerúleo” es controvertido; algunos dicen que se refiere al color conocido como “azul”, y otros que se refiere al color conocido como “verde”.
En los primeros días de la sociedad subterránea, los Azules y los Verdes luchaban violenta y abiertamente; pero hoy, prevalece una tregua – una paz nacida de una creciente sensación de futilidad. Las convenciones sociales han cambiado; hay una gran y próspera clase media que ha crecido bajo la protección de una efectiva fuerza policial y no están acostumbrados a la violencia. Las escuelas imparten cierto sentido de perspectiva histórica; cuanto duraron las batallas entre los Azules y los Verdes, cuantos murieron, y lo poco que cambió como resultado de ellas. Las mentes se han abierto a la extraña y nueva filosofía de que las personas son personas, ya sean Azules o Verdes.
El conflicto no se ha desvanecido. La sociedad aún está dividida en líneas Azules y Verdes, y existe una posición “Azul” y “Verde” en casi cualquier cuestión contemporánea de importancia política o cultural. Los Azules defienden impuestos sobre las ganancias individuales, y los Verdes impuestos en las ventas de mercancías; los Azules defienden leyes matrimoniales más estrictas, mientras que los Verdes desean que sea más fácil obtener divorcios; los Azules obtienen su apoyo del corazón de las áreas metropolitanas, mientras que los más alejados granjeros y vendedores de agua tienden a ser Verdes; los Azules creen que la Tierra es una enorme roca esférica en el centro del universo, los Verdes que es una enorme roca plana que da vueltas alrededor de otro objeto llamado un Sol. No todos los ciudadanos Azules o Verdes adoptan la posición “Azul” o “Verde” en cada tema, pero es raro encontrarse con un mercader de la ciudad que creyera que el cielo es azul, y que aun así defendiera un impuesto individual o leyes matrimoniales más permisivas.
El Submundo está todavía polarizado; la paz es insegura. Unos cuantos creen genuinamente que los Azules y los Verdes deberían ser amigos, y ahora es normal que un Verde acudiera a una tienda Azul, o que un Azul visitara una taberna Verde. De una tregua originalmente nacida del agotamiento, esta creciendo silenciosamente un espíritu de tolerancia, e incluso de amistad.
Un día, el Submundo es sacudido por un terremoto menor. Un grupo de seis turistas es atrapado por el estremecimiento cuando visitaban las ruinas de unas viviendas antiguas de las cavernas superiores. Sienten el ligero movimiento de las rocas bajo sus pies, y una de los turistas tropieza y se magulla su tobillo. El grupo decide volver, temiendo más terremotos. En el camino de regreso, una persona huele un extraño olor en el aire, un aroma que viene de un pasaje que no ha sido usado desde hace mucho tiempo. Ignorando las bienintencionadas advertencias de sus compañeros de viaje, la persona pide prestada una lámpara a motor y empieza a atravesar el pasaje. El corredor de piedra empieza a subir… y a subir… y termina finalmente en un hoyo tallado fuera del mundo, un lugar donde toda la piedra se acaba. La distancia, una distancia eterna, se alarga hasta el infinito; un espacio que es tan grande como para albergar mil ciudades. Por encima, inimaginablemente lejano, y demasiado brillante como para verse directamente, una ardiente chispa emite luz sobre todo el espacio visible, el filamento desnudo de una enorme bombilla. En el aire, colgando sin apoyo alguno, hay incomprensibles mechones de algodón azul. Y el vasto techo que brilla fuera… su color… es…
Y aquí es donde la historia se divide dependiendo de cual de los miembros del grupo de turistas decidió seguir el corredor que llevaba a la superficie.
Aditya la Azul se quedó en pie bajo el infinito azul, y sonrió lentamente. No era una sonrisa agradable. Había odio, y orgullo herido; recordaba todas las discusiones que había tenido con los Verdes, cada rivalidad, cada ascenso disputado. “Siempre has tenido razón,” le susurró el cielo, “y ahora podrás demostrarlo.” Por un instante Aditya se quedó allí, absorbiendo el mensaje, glorificándose en el, y entonces se volvió por el corredor de piedra para contárselo al mundo. Mientras que Aditya caminaba, cerró su mano hasta formar un puño apretado. “La tregua,” dijo, “se ha terminado.”
Barron el Verde contempló sin poder comprender el caos de colores durante largos segundos. La comprensión, cuando llegó, fue como un puñetazo devastador que golpeó la base de su estómago. Empezaron a brotar lágrimas de sus ojos. Barron pensó en la Masacre de Catia, donde un ejército Azul masacró a todos los ciudadanos de una ciudad Verde, incluso a los niños; pensó en el antiguo general Azul, Annas Rell, quien declaró que los Verdes eran “un foso infecto, una pestilencia que debe ser limpiada”; pensó en los destellos de odio que había visto en los ojos Azules y algo en su interior se rompió en pedazos. “¿Como es posible que estés de su parte?” Preguntó Barron al cielo, y entonces empezó a sollozar; porque sabía, estando bajo la malévola mirada azul, que el universo siempre había sido un sitio lleno de maldad.
Charles el Azul consideró el techo azul, atónito. Como profesor de un colegio mixto, Charles había enfatizado cuidadosamente que los puntos de vista Azul y Verde eran igualmente válidos y que merecían ser tolerados: El cielo era una construcción metafísica, y cerúleo un color que podía ser visto de más de un modo. Brevemente, Charles se preguntó si un Verde, de pie en este lugar, podría ver un cielo verde encima de él o si quizás el cielo sería verde mañana a esta hora; pero no podía apostar la supervivencia continuada de la civilización a ello. Esto era solamente un fenómeno natural, que no tenía que ver nada con la filosofía moral o con la sociedad… pero era posible malinterpretarlo, temía Charles. Charles suspiró, y volvió por el corredor. Mañana volvería solo para bloquear el pasaje.
Daria, una vez Verde, intentó respirar entre las cenizas de su mundo. No retrocederé, se dijo Daria. No apartaré la mirada. Había sido Verde toda su vida, y ahora debía ser Azul. Sus amigos, su familia, la rechazarían. Di la verdad, aunque tu voz flaquee, le dijo una vez su padre; pero su padre ahora estaba muerto, y su madre nunca lo entendería. Daria sostuvo la mirada tranquila del cielo azul, intentando aceptarlo, y finalmente su respiración se tranquilizó. Había estado equivocada, se dijo tristemente a si misma; no es tan complicado, después de todo. Haría nuevos amigos, y quizás su familia llegaría a perdonarla… o, se preguntó con un atisbo de esperanza, ¿subirían para pasar esta misma prueba, quedarse de pie bajo este mismo cielo? “El cielo es azul,” dijo Daria experimentalmente, y no le ocurrió nada funesto; pero no podía obligarse a sonreír. Daria la Azul exhaló tristemente, y volvió al mundo, preguntándose que es lo que iba a decir.
Eddin, un Verde, contempló el cielo y empezó a reírse cínicamente. Al fin el rumbo de la historia del mundo había quedado al descubierto; incluso el mismo no se podía creer que habían sido tan idiotas. “Estúpidos,” dijo Eddin, “estúpidos, estúpidos, y siempre había estado exactamente aquí.” Odios, asesinatos, guerras, y todo este tiempo había sido una cosa de un lugar, sobre lo que alguien había escrito como si escribiera sobre cualquier otra cosa. Nada de poesía, nada de belleza, y nada que a ninguna persona cuerda le pudiera importar, solo era una cosa sin sentido que había sido inflada desproporcionadamente. Eddin se apoyó cansado en la entrada de la cueva, intentando pensar en una forma de impedir que esta información destrozara el mundo, y preguntándose si no se lo merecían.
Ferris jadeó involuntariamente, paralizado por pura maravilla y deleite. Los ojos de Ferris fueron hambrientos de un lado a otro, atracándose con todos los detalles uno tras otro, antes de pasar al siguiente; el cielo azul, las nubes blancas, el exterior vasto y desconocido, lleno de lugares y cosas (¿Y gente?) que ningún Subterraniense había visto jamás. “Ah, así que era de ese color,” se dijo Ferris, y siguió explorando.
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